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sábado, 7 de diciembre de 2013

Sierra Chica, Buenos Aires, Argentina

El octavo día comienza en la terminal de ómnibus de Coronel Pringles, en medio de una sustanciosa charla con los empleados municipales que me cuentan sobre un accidente que terminó con la vida de un vecino muy querido, mezclada con anécdotas personales y comentarios sobre las noticias que compartíamos desde un televisor que dominaba la sala de espera. Pasada la una llega mi ómnibus y despedida mediante me embarco para Olavarría, última parada de la pequeña aventura "pampa al sud".
Antes de las tres de la mañana el nuevo problema consistía en encontrar hotel, ya que los principales se encontraban ocupados o reservados debido a un certamen ecuestre internacional que distinguía a la localidad. Falló el primero, el segundo, el tercero y cuando parecía que todo estaba perdido en el cuarto quedaba una habitación, el cuarto lejos estaba de parecerse al Faena, pero tenía cama, baño, mesita para escribir y tele en blanco y negro, faltaban Pinky y Gómez Fuentes para reescribir el guión de Ir al pasado, la frustrada película de Roberto Rodriguez. Hago que duermo y bien tempranito busco como llegar a los destinos planificados, está nublado, tirando a muy, pero después del chapuzón de ayer, todo parecía insignificante.
La primera parada ocurre a unos diez kilómetros de Olavarría, en la Capilla Santa Lucía de la localidad de Sierra Chica, la capilla es propiedad de la familia Gregorini, poseedora de las tierras que la incluyen. Erigida en 1932 con aires neobarrocos, está completamente confeccionada en piedra con tres altares de diferentes mármoles en su interior, pero lo mas llamativo es sin duda ese corredor de palmeras estilo División Mi-ami, descolgado del entorno que rodea la zona.
Frente a la capilla consagrada a Santa Lucía patrona de la visión, se ubican restos de las primitivas casas de los picapedreros, precisamente la advocación a la virgen hace mención a la salud visual de los trabajadores de la piedra y la posibilidad de accidentes debido a las peligrosas esquirlas que estallan ante cada golpe del marrón.
Pero no son las historias de piedras y picapiedras las que hacen famosa a Sierra Chica, son sus tres penales los que tienen a la población en boca de la gente, las cárceles y las canteras emplean a la mayoría de las personas, el resto vive de servicios que les brindan a los parientes de los detenidos que cada fin de semana viajan para visitar a sus familiares presos en en los penales. Cientos de personas bajan de esos micros blancos rentados, muchos en pésimas condiciones, cargados con bolsas de comida y otros productos, esperando la requisa y la hora de poder reunirse con los allí alojados. Los comercios y algunos vecinos de enfrente ofrecen todo tipo de servicios, inclusive cama y baño para las visitas, son entre quinientas a seiscientas personas por semana las que llegan para comunicarse con sus allegados en la Unidad 2, la cárcel de máxima seguridad que posee el complejo, que alberga en su totalidad a unos 3000 reclusos, contra los 5000 habitantes estables que posee la comunidad.
Salgo de Sierra Chica y tras unos pocos kilómetros llego al destino final de la mañana, un pueblo ferroviario, poblado por antiguos colonos alemanes, como otros que rodean a Olavarría.

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