"En cien años de vida pueden ocurrir muchas cosas...
Lartigau podría haberse llenado de chimeneas de humos grises y pesados, de edificios que rascan los cielos, de calles asfaltadas con ruidosos motores de autos, ómnibus y sirenas. Nada de ello habitó ni habita hoy, su gente se quedó con el paisaje llano, con sierras que se estrellan en el horizonte, con animales que pacen en la verde pradera de alfalfas y trigos, con el sabor amargo de las hierbas besadas por el viento y la lluvia.
!Que felicidad disfrutar de esa libertad!"
Palabras de la ex directora de la escuela 201. descendiente de don Francisco Buedo, quien donara las tierras para el establecimiento del pueblo, en ocasión del centenario, palabras de agradecimiento a las circunstancias de la vida que no convirtieron a Lartigau en un núcleo urbano importante que negara la sencillez de la compleja armonía del campo.
En Lartigau me ocurrió un hecho inimaginable, un acontecimiento que hoy me provoca estupor y hasta el frío helado de la perplejidad, en Lartigau pude hablar con alguien y con alguien que guardaba recuerdos sobre como era el pueblo cuando pasaba el tren y viajaba en él hasta Rosario, una ciudad situada a 1,2 millones de años luz, ese hombre tenía el privilegio de cuidar de la pequeña placita frente a la estación, aquella que lucía bien bonita al momento del centenario, y que ahora debía luchar con la maleza que provenía de la vecina estación, caída en el olvido hasta el festejo del bicentenario. También pude cruzar palabras con el jefe comunal y hasta comprar una gaseosa bien fría para sofocar un calor algo húmedo que contrastaba con un cielo gris de ausencia.
Decidimos avanzar hasta Las Mostazas, evitando momentáneamente El Divisorio, ya que tendríamos que volver hasta él para tomar el camino que nos devolviera a la realidad. El cielo parecía esperar para descargar su furia, o simplemente nos provocaba para hacernos sentir humanos y el camino estaba de nuestro lado.
Lartigau podría haberse llenado de chimeneas de humos grises y pesados, de edificios que rascan los cielos, de calles asfaltadas con ruidosos motores de autos, ómnibus y sirenas. Nada de ello habitó ni habita hoy, su gente se quedó con el paisaje llano, con sierras que se estrellan en el horizonte, con animales que pacen en la verde pradera de alfalfas y trigos, con el sabor amargo de las hierbas besadas por el viento y la lluvia.
!Que felicidad disfrutar de esa libertad!"
Palabras de la ex directora de la escuela 201. descendiente de don Francisco Buedo, quien donara las tierras para el establecimiento del pueblo, en ocasión del centenario, palabras de agradecimiento a las circunstancias de la vida que no convirtieron a Lartigau en un núcleo urbano importante que negara la sencillez de la compleja armonía del campo.
En Lartigau me ocurrió un hecho inimaginable, un acontecimiento que hoy me provoca estupor y hasta el frío helado de la perplejidad, en Lartigau pude hablar con alguien y con alguien que guardaba recuerdos sobre como era el pueblo cuando pasaba el tren y viajaba en él hasta Rosario, una ciudad situada a 1,2 millones de años luz, ese hombre tenía el privilegio de cuidar de la pequeña placita frente a la estación, aquella que lucía bien bonita al momento del centenario, y que ahora debía luchar con la maleza que provenía de la vecina estación, caída en el olvido hasta el festejo del bicentenario. También pude cruzar palabras con el jefe comunal y hasta comprar una gaseosa bien fría para sofocar un calor algo húmedo que contrastaba con un cielo gris de ausencia.
Decidimos avanzar hasta Las Mostazas, evitando momentáneamente El Divisorio, ya que tendríamos que volver hasta él para tomar el camino que nos devolviera a la realidad. El cielo parecía esperar para descargar su furia, o simplemente nos provocaba para hacernos sentir humanos y el camino estaba de nuestro lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario