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sábado, 7 de diciembre de 2013

Coronel Pringles, la presencia de Salamone y otras cuestiones, Buenos Aires, Argentina

Pasadas las 14.00 llegamos a Coronel Pringles, la primera impresión de la ciudad fue buena, calles empedradas, viejos edificios de ochava, la plaza, Salamone allá a la derecha, la iglesia consagrada a Santa Rosa de Lima, tenía mucho por ver si contaba a las dos estaciones de ferrocarril, su pequeño museo y el matadero, otra obra importante del arquitecto de las pampas, sin mapa alguno, con mochila y bolso a cuestas, era una cruza entre Kung-Fu y el Caracolcaracolito, la idea era no quedarme una noche en la ciudad si no salir por la madrugada rumbo al último destino. La tormenta, bien gracias, engordando, y a esta altura debo reconocer que me venía perdonando la jornada, pero estaba persuadido que en algún momento iba a descargar toda la furia contenida.
La ciudad le debe su nombre el Coronel Juan Pascual Pringles del Regimiento de Granaderos  a Caballo del General San Martín. Antes de la invasión huinca, el territorio fue ocupado por los originarios Pampas y Araucanos, quienes fueron desplazados durante la avanzada de Alsina y Roca. El partido se crea en 1882, y la creación de doce pueblos en los territorios usurpados se dispuso en mayo de 1883, Pringles fue uno de ellos, en 1903 llega el Ferrocarril del Sud, uniendo Constitución con Bahía Blanca y el 1911 hace lo propio el Rosario-Puerto Belgrano, vinculando así el incipiente núcleo poblacional con los principales puertos del país. El pueblo cabecera del partido fue declarado ciudad en julio de 1934. Su población actual alcanza a 20.263 habitantes, manteniéndose casi estable durante la última década.
La plaza Pringles, en donde se ubica el edificio municipal, es obra de Salamone, como pueden apreciar en el mobiliario tan característico, también lo es el equipamiento de la avenida que vincula al conjunto edilicio con el Barrio Roca, al otro extremo de la ciudad.
Cuando en 1943, Salamone toca suelo uruguayo, se cerró la más rica e innovadora experiencia urbano-arquitectónica generada hasta ese momento en todo el territorio nacional.
El exilio, forzado por encontrarse inmerso en un embrollo político-judicial, vinculado a problemas durante un trabajo de pavimentación en Tucumán sería pasajero, pensaba, a pesar que luego del golpe militar del 43, sus contactos políticos ya no le servían y no había más puertas para golpear.
Los meses pasaban y no había señales positivas para que pudiera regresar, su familia en Buenos Aires lo mantenía al tanto de la situación política que le seguía resultando adversa, y "todo por ser jetón del régimen caído", mascullaba sentado en uno de los tantos bares de Montevideo que frecuentaba, y si hasta Fresco era asesor del ascendente Coronel Perón, en la Subsecretaría de Trabajo y Previsión, "no, mi gran error fue ser altanero y provocador, o quizás la envidia de los mediocres y chupamedias del amanerado academicismo", "tantos enemigos me gané en todo este tiempo", pensamientos autocríticos que salían a la luz junto con las charlas vermouth mediante con Ricardo Levene, los Prebisch, los Cooke y el cura Lafitte, donde todos hacían gala de información y buen humor.
Ahora en la soledad de un bar de la calle Sarandí bocetaba en cuanto papel caía en sus manos una especie de torre de babel, que remataba en un faro que marcaría el ingreso a puerto, pero se trataba de algo más, se trataba de la idea primigenia del edificio-país, todas las provincias juntas bajo un edificio-monumento, ubicado en Avenida de Mayo y la 9 de Julio, 64 pisos en cuatro cuerpos escalonados de 16 niveles cada uno, el perfil remitía al del país, ancho en sus orígenes y fino y austero al final, en donde remataba el faro con sus cuatro luces en cada rumbo, delirios posibles de un hombre que ya había demostrado que los delirios eran posibles de construir.
En 1945, todavía en Montevideo, recibió la noticia que en Balcarce habían decidido demoler el edificio central de la plaza, "la torta de bodas", nunca se había
instalado en la conciencia colectiva un tanto clásica de los
habitantes de la ciudad, ese hecho junto a la diabetes, los excesos, lo fueron convirtiendo en un hombre enfermo.
Ni el regreso a Buenos Aires, ni la indemnización cobrada en un juicio que le inició al estado, hicieron que Salamone recobrara el impulso que lo abandonó allá en el '43.
Luego de sobrevivir a varias obras intrascendentes y a varios infartos, muere en 1959. Ese día los diarios porteños encabezaban sus portadas con la llegada a la capital de Marlene Dietrich, "el ángel azul" e ignoraban la trágica partida del creador del "Ángel de Azul", la espectacular portada del cementerio que brillará por siempre como toda su obra si es que los gobiernos la toman en serio y no dejan que se siga deteriorando.
Dejo el conjunto plaza-municipalidad en busca de información sobre como llegar al matadero, le formulo la pregunta a una dama muy elegante que abandona un edificio gubernamental ubicado junto a la catedral y muy gentilmente se ofrece a llevarme, durante el corto recorrido el cielo definitivamente comienza a llorar y el viajero también, faltaba tan poco.
Salimos ya con la lluvia declarada, la bella dama me arrima hasta la estación de ómnibus, me despido con sendas palabras de agradecimiento y los diez metros siguientes los recorro bajo la caída de agua de la Garganta del Diablo en las Cataratas del Iguazú, mil millones de metros cúbicos de agua me empapan en tres segundos, entro al edificio, por suerte vacío, como lo hubiera hecho el Monstruo de la Laguna Lila, empapado, destrazado y malo, muy muy malo.
El encargado de la seguridad me observa con curiosidad, me pregunta de donde vengo y en verdad no sé que responderle, sólo sabía hacia donde iba. Saco boleto para la 1.00 de la mañana del día siguiente, y me preguntaba como seguiría mi tarde en Pringles, con la tormenta golpeando al edificio de la terminal con una furia pocas veces vista. Aún me restaban las estaciones que ya había ubicado gracias a indicaciones de las personas que fui consultando, eran pasadas las 16.00 y si la tormenta cesaba tenía todavía tres horas largas de luz, pasan veinte minutos más y la feroz descarga de agua cesa, y el sol sale rápido, me paro bajo sus efectos un rato para secarme al estilo Tortuga Jones, y con los bártulos a cuesta encaro la avenida central en busca de la estación del Ferrocarril del Sud, viva y en servicio activo ya que es parada obligada del Constitución-Bahía Blanca. vía Pringles. Allá va el caracol-tortuga bajo el sol de la tarde, Jesucristo, que hice de mi vida...

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