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sábado, 1 de noviembre de 2014

Juan Llerena, Colonia Delia y la certidumbre del final incierto, San Luis, Argentina

Por ley 2186 de 1887 se autoriza a las autoridades del Ferrocarril Andino a unir las localidades de Villa Mercedes con Villa Dolores. El primer tramo del mismo entre Mercedes y La Toma se libró al tráfico en 1890 e incluía en su trayecto a la estación Juan Llerena, que en un primer momento fue conocida como San José, estación El Morro o el Morro Nuevo, por su proximidad con la histórica villa y su emblemático volcán.
Parte de los terrenos en donde se levantó la estación fueron donados por Doña Clara Bertola. Para 1891 ya se habían afincado en los alrededores de la misma varias familias que solicitaron la creación de una escuela y un destacamento policial. Debido a esta solicitud en el año 1905, Don Sotelo Careaga decide donar parte de sus tierras para que se conforme el pueblo. La ley 309 de octubre de 1906, dispone la creación de un centro urbano en las mencionadas tierras.
El nombre de la nueva población debió ser, de acuerdo a la voluntad del donante, Presidente Quintana, pero se siguió utilizando el nombre de El Morro hasta 1931, cuando las autoridades del BAP, deciden nomenclar a la estación y al pueblo con el nombre de Juan Llerena.
Los terrenos para la fundación del edificio parroquial fueron donados por el primer comisario del pueblo Don Florencio Diez, la misma se inauguró el 12 de octubre de 1941.
El reloj marca las 19:15 y Miguel me propone por último visitar la solitaria capilla de Colonia Delia, para ello tendríamos que tomar una ruta abandonada para luego desviar por un camino rural hasta el pavimento que nos depositaría nuevamente en La Toma justo a tiempo.
Una última toma a tan extraño tanque y proseguimos la marcha, el camino en muy mal estado nos hace perder tiempo, pero logramos salir de él y tomar el camino rural que previo paso por Colonia Delia nos dejaría en la ruta rumbo a la terminal de La Toma. Las recientes lluvias habían dejado muy maltrecho al pobre camino sin mantenimiento oficial, profundos huellones hacían que Miguel tuviera que circular por el borde casi pegado al alambrado o directamente por fuera de la traza.
Después del tercer disparo frente a la capilla de Colonia Delia la máquina subrepticiamente se queda sin carga en la batería, así que ya nada había por ver y el tiempo indicaba que faltaban tan solo quince minutos para las veinte horas, momento límite que me había impuesto para estar en la terminal ya que el ómnibus partía 20:30. Faltaban unos cuatro kilómetros y el camino empeoraba a cada paso, para colmo de males sobre nosotros avanzaba un frente de tormenta con unos rayos que atemorizarían hasta al más valiente cazador de tormentas, tres kilómetros, dos, un bosquecito de olmos al costado del camino y de repente... game out!!, el auto quedó varado en un huellón profundo, justo al final de la frase premonitoria de Miguel,
"Si pasamos ésta ya estás en al terminal..."
Debajo de la tormenta se veían las luces de los autos que surcan la ruta que no nos verá llegar, mientras tanto un par de intentos por mover el auto solo provocan que nos embarráramos hasta las cejas, así que Miguel pone en alerta a sus posibles contactos con capacidad para sacarnos de esa incómoda situación, todos los llamados fracasan, las veinte horas pasaron ya hace algunos minutos y lo incierto tomaba visos de certidumbre, perdí el colectivo a Villa Mercedes. El amigo preocupado por mi situación, la suya y la de su auto llama de última a José María Sandoval, un Diputado Provincial con un vehículo capaz de quitarnos de la varadura, Don José María es una especie de Superman que todo lo puede y siempre está disponible para cuando algún miembro de la comunidad así lo requiere, y es cierto, minutos antes de las 21:00 las luces de su camioneta alumbran nuestras oscuras presencias y en menos de quince minutos nos remolca los metros necesarios para escapar de la trampa de barro. Un apretón de manos, un gracias y en menos de cinco minutos estábamos en la ruta pavimentada. Lamentablemente no hay registro fotográfico de la situación, ni de la resolución, ni de la tormenta que nos perdonó la vida, es la cuarta vez que recuerdo me quedo sin batería y casualmente una de ellas tuvo que ver con otra varadura mucho más peligrosa, en el lecho arenoso de un río en la puna jujeña, camino a Abdón Castro Tolay en medio de una brutal tormenta de arena y a cinco kilómetros de la ruta nacional 52.
Conclusión, Miguel me llevó a Villa Mercedes, pude sacar pasaje para continuar viaje hacia Santa Rosa en La Pampa, pude cenar y cargar la cámara. Al final el día se completó con mucho más de lo previsto e incluyó una aventura extra de aquellas que cada tanto suceden cuando uno anda transitando por los márgenes de los mapas coloridos, por caminos que son sólo una sucesión de puntitos o que simplemente se indican como huella no relevada.
Comienza el quinto día, día sin horarios, ni destinos, mientras me duermo recuerdo que la primera vez que me quedé sin batería en la cámara fue en las ruinas de Machu Picchu y que eso motivó que pudiera tomar muchas menos fotografías de las previstas en un lugar de difícil vuelta, como me gustaría volver a Perú me digo y después me dejo ganar por el silencio.

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