La última escala de ese día jueves la hicimos en el cementerio sud, digno remate para un día mas que intenso en cuanto a imágenes con poder y sensaciones fuertes. Pasadas las 19 llegué al hotel con el deseo del merecido descanso mental, un pasaje por la TV y a dormir tipo campo.
Habrán sido las diez de la noche cuando me despertó una cumbia a todo volumen, y otra y otra, y cientos hasta las seis de la mañana, hora en que bar contiguo cerró sus puertas, y la primera idea que se instaló en mi cabeza fue cuando torturaban en la base norteamericana de Guantánamo a militantes árabes con música de Metállica y me dije, Dios, habrá sido la hora de confesar que fui yo el que de niño tapó la cañería de descarga del inodoro y que por ese motivo tuvieron que desarmar medio edificio, eso sí, ahora de las manos de Perón no me hago cargo...todavía.
Bueno un buen sueño hubiera significado un día perfecto, y los días perfectos existen sólo en Jolibud, así que onda 8 en punto salí para desayunar frente a la plaza, para luego armar el viaje por los cuatro diminutos pueblos que estaban programados para hoy.
Esta vez con Armando al volante, el amigo Carlos cuentan que renunció y se fue a vivir a un monasterio de Nepal, comenzamos el día buscando los pueblos del oeste del Partido de San Andrés, salimos por la ruta 7 rumbo a Carmen de Areco y a unos veinte kilómetros aparece el famoso cartelito de reza Heavy 4.
Heavy es un pueblo de una calle sola con treinta habitantes estables, un colegio con cinco maestras para cuatro alumnos, que o haciendo honor a su nombre o bien al dicho pueblo chico, infierno grande, esconde tras esa inocente apariencia una historia de tirantez entre sus vecinos digna de García Márquez.
Habrán sido las diez de la noche cuando me despertó una cumbia a todo volumen, y otra y otra, y cientos hasta las seis de la mañana, hora en que bar contiguo cerró sus puertas, y la primera idea que se instaló en mi cabeza fue cuando torturaban en la base norteamericana de Guantánamo a militantes árabes con música de Metállica y me dije, Dios, habrá sido la hora de confesar que fui yo el que de niño tapó la cañería de descarga del inodoro y que por ese motivo tuvieron que desarmar medio edificio, eso sí, ahora de las manos de Perón no me hago cargo...todavía.
Bueno un buen sueño hubiera significado un día perfecto, y los días perfectos existen sólo en Jolibud, así que onda 8 en punto salí para desayunar frente a la plaza, para luego armar el viaje por los cuatro diminutos pueblos que estaban programados para hoy.
Esta vez con Armando al volante, el amigo Carlos cuentan que renunció y se fue a vivir a un monasterio de Nepal, comenzamos el día buscando los pueblos del oeste del Partido de San Andrés, salimos por la ruta 7 rumbo a Carmen de Areco y a unos veinte kilómetros aparece el famoso cartelito de reza Heavy 4.
Heavy es un pueblo de una calle sola con treinta habitantes estables, un colegio con cinco maestras para cuatro alumnos, que o haciendo honor a su nombre o bien al dicho pueblo chico, infierno grande, esconde tras esa inocente apariencia una historia de tirantez entre sus vecinos digna de García Márquez.
"Un paraje de clima denso, amparado por su nombre. Cierta tensión
permanente sucede entre los treinta vecinos que están a la vera de una estación
de tren abandonada. Ahí vive, ahora, el último Heavy, un personaje que dejó de
estudiar, se hizo ermitaño y planta melones"
Así comienza "Una crónica a 125 kilómetros de Buenos Aires" por Mario Blejman, para Página 12, el 28 de abril del 2005. La historia atraviesa la vida de Leandro Heavy, tataranieto del fundador del pueblo, Patrick Heavy, que vivía para ese entonces en la primitiva estación convertida en casa, se había ido de su confortable hogar de Pilar, había dejado de estudiar Comercio Exterior y se había recluido en ese pequeño espacio de tierra como reclamando la pertenencia de ese islote a la deriva en un mar de soja. Tiempo antes una situación similar había ocurrido con su tío que luego de una separación se encerró en la estación, se convirtió en huraño, se hizo motoquero y un día voló para no volver. Huraño, ermitaño, y sí tanta vastedad circundante te recluye, no podes pelear en igual condición con el infinito que golpea a tu puerta.
Haré un pequeño salto en el tiempo para cerrar la historia. Sin haber leído antes esta nota de Página, cuando por la tarde llego al hotel, me aborda un caballero que se interesa por mi actividad y me pregunta si le había sacado fotos a la estación de Heavy, ante la respuesta afirmativa me comenta que el es un Heavy, que durante un tiempo vivió en la estación, que estaba escribiendo un libro recluido en medio de esa soledad y que ante una ausencia prolongada, cuando volvió, su vecino de al lado, un uruguayo le había alambrado el perímetro del edificio incluyéndolo en su propiedad. El caballero denuncia esa acción a la policía, la misma le responde que está todo en órden, que él a pesar de su apellido ya nada tiene que hacer allí, ya que su antepasado donó los terrenos para el ferrocarril, y que ahora eran de propiedad del oriental, lo despachó de mala manera haciéndole comprender que no era persona grata en esos pagos.
Quizá este caballero sea el tío de Leandro, aquel huraño que se hizo motoquero, quizás un hermano, lo cierto es que la novela en torno a la familia Heavy es digna de un culebrón del 9, y demuestra que cualquiera se apropia de una fracción de campo, como lo hizo este uruguayo y compra la fidelidad policial con dos lechones.
El pueblo no tiene cura, porque no tiene capilla, si tiene las instalaciones del viejo club Defensores de Heavy, un club de barrio sin barrio que todavía tiene pintadas las ventanillas con la palabra entradas, y que según cuenta Armando, mi guía, era famoso por los bailes que se armaban allá por los setentas.
Quién hubiera dicho que el pueblo mas pequeñito de la gira iba a dar para escribir tanto.
Enfilamos hacia el sur, en busca de la 7 que nos conectará con más caminos rurales en busca de los sureños enclaves que nos quedan por visitar.
casi que viviría en un lugar así de ter algo que hacer en un lugar así.
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