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sábado, 7 de septiembre de 2013

Sargento Cabral, Pavón Arriba, Acebal, su ruta..., Santa Fe, Argentina

Definitivamente conducir por la 90 requiere condiciones extras para todo aquel que se le atreva, entre las imperfecciones del pavimento, los emparches y los cráteres que se suceden sin solución de continuidad, los vehículos y sus pasajeros están a cada momento en riesgo de colisión, cosa que de hecho ocurre, demasiado tránsito pesado, mantenimiento inadecuado, falta de previsión al momento de su construcción y la inevitable referencia al cierre de los ramales ferroviarios, hacen que toda la producción de la región busque su destino de mar por este humilde trazado provincial.

La penúltima isla a visitar es Sargento Cabral, pequeño enclave un poco mas consolidado que Stephenson, visito la estación bien mantenida, charlo en extenso con ex rosarino que hace años se vino para estos lares en búsqueda de una paz que se le empieza a escurrir debido a los consabidos hechos de inseguridad que comienzan a multiplicarse con peligrosa asiduidad, tomo nota del reclamo reiterado que dan los habitantes con los que he hablado, sienten que la contaminación que esto significa ha llegado hasta sus puertas, mejor no les pregunto si no estarán equivocados y tan solo se trate de una sensación manipulada por los grandes medios.  


Sargento Cabral fue fundada en 1921 en tierras ubicadas frente a la estación del ferrocarril perteneciente a la Compañía General de Ferrocarriles en la Provincia de Buenos Aires, empresa de capitales franceses que nos legó tan bellos edificios, estas porciones de terreno pertenecían a campos propiedad de la Señora Martina Sagasta de Aranés. Hoy la localidad posee poco menos de mil habitantes y viviría en un estado casi de Nirvana si no fuera por ese reciente virus arriba detallado que comienza a tener efectos nocivos en el cuerpo social.
Abandono la 90, giro al norte por la todavía aun mas peligrosa provincial 18 en busca de Pavón Arriba, pueblo famoso por sus plantaciones de duraznos diezmadas por la irrupción de otro cultivo, a ver si adivinan de que cultivo hablo, opciones, alfa-alfa, cardamomo, ficus, amapola, lino, soja, quién dijo ficus allá al fondo...
Rápida foto a la pequeña estación, otras tomas a unos equipamientos ferroviarios y a seguir viaje, la tarde avanza y ya vi demasiado.
Vuelvo hacia Acebal por un camino rural paralelo a la 18, vuelvo a cruzar el arroyo como lo hice por la mañana entre Uranga y La Vanguardia, vuelvo a fruncir el ceño por la evidente contaminación que el pequeño curso arrastra, necesito sumar mas imágenes positivas para que la inseguridad, el estado de las rutas, los abandonos ferroviarios, la contaminación de las aguas, el desarraigo, los pesticidas no inclinen la balanza hacia el abismo, creo que en esta oportunidad pierdo por afano, como que siempre pierdo?..., che no sean así, adonde?, Traful, Cariló, Villa La Angostura, la Avenida Alvear, Los Cardales, no, no, agente, agente, deténgame yo se donde Vitete escondió la mosca, me lo dijo Fendrich.
Acebal se refleja.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Stephenson, Santa Fe, Argentina

Stephenson se ubica a los pies de la estratégica provincial 90, ruta que vincula al río marrón con el mar, el mar de la soja, gran parte de la producción de la rica pampa húmeda circula frente a sus puertas, pero en realidad Stephenson le es indiferente. El sábado que nos conocimos estaba vestida de fiesta, ya que en el predio del colegio se congregaba todo el pueblo para celebrar las comuniones de los chicos, esa multitud desproporcionada, concentrada confundía un poco pero el silencio restante devolvía la normalidad quebrantada.
George Stephenson conocido como el padre de los ferrocarriles diseñó la primera línea férrea de la historia, la Liverpool-Manchester en 1830, así también su locomotora y material rodante, ahora el porqué de tal homenaje en tierras tan distantes no lo sé, cosas de la pampa.
 Cerca del ingreso, un pequeño oratorio navega en el océano verde, un pequeño símbolo en medio de esa llanura, simplificación extrema de toda geografía, pero que a fuerza de tanto mirarla creo empezar a entenderla.
Nuevamente en la 90, pero rumbo al oeste, a mis espaldas transcurre el río marrón, motivo de una próxima salida, ahora me esperan Sargento Cabral y Pavón Arriba, islas, islitas con náufragos incluidos. 

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Cepeda, el poder de un nombre, Santa Fe, Argentina

Definitivamente la ruta invisible es otra cosa, un camino de tierra propicia la soledad, el andar lento, se puede mirar, oler, pensar, uno se puede parar sobre un puente para contemplar otro puente que aparece desafiante, o simplemente detenerse para ver como el agua de un arroyo se desliza mansa buscando su destino de río marrón, esquivo un remolino de polvo, desafío la idea de vacío que a veces me asusta y sigo buscando el último rincón.

No encontré referencias sobre los orígenes de Cepeda, sólo aclaratorias sobre que las famosas batallas no se libraron en su suelo, si no en tierras del norte bonaerense sobre el arroyo homónimo, cerca pero lejos también, en cambio caminando su pequeña superficie volví a percibir ese sabor a pasado escondido, la estación, la plaza cercana, los silos y su custodia alada, las texturas que transpiran tiempo, aparecen huellas, líneas que trazan puentes, pájaros que huyen tristezas, saludo uno, saludo dos, saludo tres.
Como que se va si recién lo vi llegar, lo siento es que miro y me voy, vine a mirar para aprender.
El último rojo se me aparece recurrentemente, hay imágenes que se vuelven muy nítidas cuando uno necesita escaparse diez segundos del infierno diario, la figura de ese árbol grabada en el vidrio aunque el árbol ya no esté no se va a diluir tan fácilmente
Avanzo tres casilleros hasta dejar atrás la ruta invisible, ahora el asfalto de la provincial 90 reclama otra atención, aunque ese rojo no quiera soltarme.

martes, 3 de septiembre de 2013

Los libros de la buena memoria, La Vanguardia, Santa Fe, Argentina

Con la necesidad de vincular Pergamino con Rosario, una compañía francesa pretende realizar un tendido de vías en la región, corría el año 1905 cuando el señor Felipe Larrivieri dona 20 hectáreas de sus tierras para permitir que el ferrocarril pasara, generándose de inmediato las tareas de construcción a manos de trabajadores oriundos de la zona. Una vez concluida la obra se procede a lotear las fracciones de terreno próximas a la estación, produciéndose el remate durante noviembre de 1910. Los primeros habitantes eran de condición humilde y sus tareas estaban relacionadas con el arrendamiento de los campos adyacentes, todos se asentaron frente a la estación y las viviendas eran de carácter bastante precaria. El crecimiento de la población se produce entre 1915 y 1918, llegando a los 1800 habitantes para 1925.
Hoy en el edificio de la vieja estación funciona la biblioteca popular Mafalda, con una cantidad de libros que supera los 3000 y un servicio de Internet gratuito.


Caminar por la vereda de enfrente a la estación es como retroceder instantáneamente cien años, durante dos cuadras casi no se ha producido sustitución alguna y todas las viviendas son de los años veinte, muchas de ellas arrastran tiempo de abandono y otras no han sufrido modificaciones en sus fachadas, en verdad me sentía parte de un set de filmación, faltaba la carreta y el Ford T.
Pensaba en los pueblos históricos de la Provincia de Buenos Aires, como Carlos Keen, Azcuénaga y Solís, bueno la Vanguardia nada tiene que envidiarles o sí, morfológicamente las similitudes son asombrosas, quizás la diferencia pase por las acciones del gobierno provincial, el comunal y la actitud de los pobladores, o simplemente no quieren perder o compartir ese rasgo de tiempo congelado tan bello, tan único.
Parado en la calle frente a la historia recordaba una frase de Cien Años de Soledad, se podría decir que en La Vanguardia no ha pasado nada, no pasa nada ni pasará nunca, La Vanguardia es un pueblo feliz.
Sigo viaje por la ruta invisible, contento por ese viaje al pasado fundacional que permite entender la historia por encima de cualquier texto florido.