La segunda vez que visité Tezanos Pinto recorrí la corta distancia que separa a la estación del ingreso al predio donde habitaron quienes dieron nomenclatura al pueblo, un pequeño tramo por la vía y luego un cerrado túnel arbóreo que sirve de preludio al sorprendente micromundo que me iba a encontrar, de un lado una compacta pared verde y a mi izquierda el amarillo prolijo de un sembrado provocando un contraste que pareciera armado para la ocasión. Mientras caminaba pensaba en donde estaría el ingreso, en como se hubiera visto la propiedad en su momento de mayor esplendor, en todos esos trabajos de órden psíquico que referencian haber notado presencias paranormales dentro del predio, en la cruenta historia que daría lugar a tales apariciones, demasiadas preguntas mientras a mi alrededor resonaba un ensordecedor coro de cotorras.
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