Otro desafiante proyecto de la burguesía de los 30, sepultado bajo metros de agua de la Laguna Melincué, al S de la Provincia de Santa Fe, otro Titanic de las pampas, equipado con lo mejor de la época que no soportó la ingenuidad humana que creyó que la solidez de una estructura podía hacerle frente a una lluvia de 300mm y a un viento que se tragó literalmente a la isla que alojaba al Hotel.
Hoy Melincué tiene poco más de 2500 habitantes, en la época de esplendor de su orondo gigante duplicaba esa población y para los fines de semana recibía unos 15000 turistas que se deleitaban con las aguas mansas.
Era allí, adonde la gente llegaba con carruajes y sus empleados para pasar el fin de semana en una de las 34 habitaciones. El comedor con orquesta, la playa con casillas de madera y que, con el tiempo, llegó a tener estación de servicio, usina, pista de aterrizaje, una cancha para carreras cuadreras, bowling, muebles provenzales y un piano de cola para quien se animase con algún acorde.
Una pasarela de 1500 metros, hecha con palos de quebracho, permitía a los automóviles llegar hasta el balneario. Y por allí se asomaban vehículos con familias que venían desde Rufino, Venado Tuerto, Casilda y hasta Rosario.
El Hotel Balneario sufrió la primera inundación en 1941 y permaneció cerrado hasta 1961. Allí comenzó otra etapa. En 1967 se inauguró el Club Náutico y y la isla era visitada por multitudes, en 1971 fue concesionado a Esther Taconi que lo condujo airosamente hasta esas trágicas jornadas de 1975, en donde la naturaleza hizo su jugada y en un santiamén hundió al esplendoroso Balneario, desangrando su estructura, pero que no pudo con su espíritu que sigue resistiendo a la naturaleza y a los funcionarios cuya miopía no les deja ver más allá del flamante Casino, mega obra descontextualizada que parece calcada de una de las tantas del desierto de Nevada.
Hoy Melincué tiene poco más de 2500 habitantes, en la época de esplendor de su orondo gigante duplicaba esa población y para los fines de semana recibía unos 15000 turistas que se deleitaban con las aguas mansas.
Era allí, adonde la gente llegaba con carruajes y sus empleados para pasar el fin de semana en una de las 34 habitaciones. El comedor con orquesta, la playa con casillas de madera y que, con el tiempo, llegó a tener estación de servicio, usina, pista de aterrizaje, una cancha para carreras cuadreras, bowling, muebles provenzales y un piano de cola para quien se animase con algún acorde.
Una pasarela de 1500 metros, hecha con palos de quebracho, permitía a los automóviles llegar hasta el balneario. Y por allí se asomaban vehículos con familias que venían desde Rufino, Venado Tuerto, Casilda y hasta Rosario.
El Hotel Balneario sufrió la primera inundación en 1941 y permaneció cerrado hasta 1961. Allí comenzó otra etapa. En 1967 se inauguró el Club Náutico y y la isla era visitada por multitudes, en 1971 fue concesionado a Esther Taconi que lo condujo airosamente hasta esas trágicas jornadas de 1975, en donde la naturaleza hizo su jugada y en un santiamén hundió al esplendoroso Balneario, desangrando su estructura, pero que no pudo con su espíritu que sigue resistiendo a la naturaleza y a los funcionarios cuya miopía no les deja ver más allá del flamante Casino, mega obra descontextualizada que parece calcada de una de las tantas del desierto de Nevada.
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