La pasta casera, abundante como Dios manda fue el digno colofón del día anterior, la mañana del lunes feriado comienza con un buen desayuno en el Acuña y la infaltable charla con el dueño, historia viva de General Arenales, prosigue con las fotos hacia el otro lado de la plaza esta vez sin requisitoria policial y culmina ya nuevamente en el camino con la penúltima parada del recorrido, el Paraje Rural La Pinta, sobre las vías de la CGBA y su ramal Pergamino-Vedia.
El paraje rural con nombre de carabela de Colón, tiene su orígen con el establecimiento de la estación, el 1 de diciembre de 1910, el mismo nunca llegó a consolidarse como pueblo aunque contó con la escuela 8, en completo estado de abandono y destino de picota, el almacén de ramos generales de Don Felipe Severino y el club, fundado y refundado en tres ocasiones, la primera en 1926 como Club Atlético La Pinta, la segunda en 1935 con el nombre de Defensores Foot-Ball Club y la tercera y definitiva como La Pinta Foot-Ball Club allá por 1952.
La estación se encuentra ocupada y en buen estado de conservación, las ocupaciones son consensuadas con las autoridades ferroviarias buscando la manera de preservar las mismas a cambio de techo para quién lo necesite.
Una pasajera fue por informes sobre cuando pasa el próximo tren a Pergamino, es que tiene que hacer unos trámites y anda corta de tiempo y plata, le aconsejo que no lo haga, no sea cosa que el ramal tenga un súbito resurgimiento y ella termine convertida en uno de crudo con rusa, me agradece y vuelve con el resto de la prole que la aguardaba en la punta del andén, ocho, nueve, diez hijos, pavada de salario familiar pensé.
Las últimas corresponden al almacén y al camino que termina en una explotación agropecuaria, metros antes de alcanzar el Salado, a la izquierda una pequeña huella cruza la vía y conduce a la escuela 8, abandonadísima, tanto que decido no verla, ya tuve demasiados olvidos durante estos tres días y la meta es el puente sobre el río, los puentes nunca defraudan.
Llegamos hasta la tranquera, doblamos a la izquierda, luego a la derecha, dejamos el auto y subimos a la vía que juro estaba por debajo del monte y el posterior cañaveral, fueron unos doscientos metros encerrados en un desfiladero vegetal muy significativo, digno prólogo para un río y un puente que todavía no se adivinan.
Llegamos hasta el puente y el río y nos encontramos con los infaltables pescadores, su amabilidad y su mala fortuna, un infaltable a la hora de persuadir a la probable competencia.
La verdad, la verdad, el lugar da para mate y bizcochitos, una leve brisa, el susurrante sonido del agua, mezclado con el de las aves acuáticas y los colores de la naturaleza y la cultura representado por esa obra de ingeniería inglesa de ciento tres años de edad, un conjunto que invita al relax y la contemplación, pero como el tiempo pasa y la vuelta se hace cada vez más inminente desandamos camino rumbo al auto, la ruta 65, la ciudad de Arribeños y Teodelina donde me espera la combinación a Rosario.
Las tomas de Arribeños al ser todas ferroviarias irán a parar al blog de arqueología, cierro la historia con una perteneciente a un vagón abandonado en el cuadro de la estación del BAP y me despido hasta la próxima aventura, aventurita, ya concretada que transcurre en el Arroyo del Medio, límite natural entre Buenos Aires y Santa Fe.
El paraje rural con nombre de carabela de Colón, tiene su orígen con el establecimiento de la estación, el 1 de diciembre de 1910, el mismo nunca llegó a consolidarse como pueblo aunque contó con la escuela 8, en completo estado de abandono y destino de picota, el almacén de ramos generales de Don Felipe Severino y el club, fundado y refundado en tres ocasiones, la primera en 1926 como Club Atlético La Pinta, la segunda en 1935 con el nombre de Defensores Foot-Ball Club y la tercera y definitiva como La Pinta Foot-Ball Club allá por 1952.
La estación se encuentra ocupada y en buen estado de conservación, las ocupaciones son consensuadas con las autoridades ferroviarias buscando la manera de preservar las mismas a cambio de techo para quién lo necesite.
Una pasajera fue por informes sobre cuando pasa el próximo tren a Pergamino, es que tiene que hacer unos trámites y anda corta de tiempo y plata, le aconsejo que no lo haga, no sea cosa que el ramal tenga un súbito resurgimiento y ella termine convertida en uno de crudo con rusa, me agradece y vuelve con el resto de la prole que la aguardaba en la punta del andén, ocho, nueve, diez hijos, pavada de salario familiar pensé.
Las últimas corresponden al almacén y al camino que termina en una explotación agropecuaria, metros antes de alcanzar el Salado, a la izquierda una pequeña huella cruza la vía y conduce a la escuela 8, abandonadísima, tanto que decido no verla, ya tuve demasiados olvidos durante estos tres días y la meta es el puente sobre el río, los puentes nunca defraudan.
Llegamos hasta la tranquera, doblamos a la izquierda, luego a la derecha, dejamos el auto y subimos a la vía que juro estaba por debajo del monte y el posterior cañaveral, fueron unos doscientos metros encerrados en un desfiladero vegetal muy significativo, digno prólogo para un río y un puente que todavía no se adivinan.
La verdad, la verdad, el lugar da para mate y bizcochitos, una leve brisa, el susurrante sonido del agua, mezclado con el de las aves acuáticas y los colores de la naturaleza y la cultura representado por esa obra de ingeniería inglesa de ciento tres años de edad, un conjunto que invita al relax y la contemplación, pero como el tiempo pasa y la vuelta se hace cada vez más inminente desandamos camino rumbo al auto, la ruta 65, la ciudad de Arribeños y Teodelina donde me espera la combinación a Rosario.
Las tomas de Arribeños al ser todas ferroviarias irán a parar al blog de arqueología, cierro la historia con una perteneciente a un vagón abandonado en el cuadro de la estación del BAP y me despido hasta la próxima aventura, aventurita, ya concretada que transcurre en el Arroyo del Medio, límite natural entre Buenos Aires y Santa Fe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario