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miércoles, 29 de abril de 2015

El Castillo San Francisco, Egaña, Buenos Aires, Argentina

Luego de la debacle de 1820, y tras la caída de las autoridades nacionales, Martín Rodríguez, estanciero, fue nombrado en abril de 1821 gobernador de Buenos Aires con "facultades extraordinarias sin límite de duración". Ya en el poder designa a Bernardino Rivadavia como Ministro de Gobierno, éste recién había regresado de Inglaterra obnubilado por las resultantes económicas que la revolución industrial estaba derramando sobre la isla, allí además había descubierto el pensamiento de Adam Smith, David Ricardo, Bacon, Locke y Newton. Pero la situación de Buenos Aires en nada se parecía a la dinámica Inglaterra, aquí no había industrias, ni burguesía industrial, aquí existía una clase dirigente conservadora y desconfiada que no estaba dispuesta a arriesgar sus ganancias fruto de la ganadería en pos de la utopía de la industrialización.
Por iniciativa de Rivadavia, el gobierno contrató en 1824, un empréstito con la firma británica Baring Brothers por un millón de libras, el mismo tenía como objetivo la fundación de pueblos en las fronteras ganadas al originario, fundar un banco, construir un puerto y una red de agua potable. Obviamente el dinero se dilapidó y no se construyeron las obras públicas pero la deuda igual hubo que pagarla, además todas las tierras públicas de la Provincia quedaron hipotecadas como garantía del empréstito. Rivadavia decidió entonces aplicar el sistema de enfiteusis, por el cual productores rurales, podían ocupar y hacer rendir la tierra pública pagando un canon que fijaban los mismos arrendatarios. Los grandes propietarios aprovecharon el sistema para acaparar enormes extensiones de tierra con el mínimo pago posible que pudiera dictaminar la ley.
El General Eustoquio Díaz Vélez, un militar que participó en las Invasiones Inglesas, en la Reconquista de Buenos Aires, que tuvo destacada participación en las acciones de mayo de 1810, que sirvió a la Patria en diversos puestos políticos, y que fuera beneficiado en 1821 con el indulto de Rivadavia conocido como la Ley del Olvido, adquirió bajo la gracia de la enfiteusis algo más de 17 leguas en la zona del Fuerte Independencia, actualmente Tandil, sumando luego otras 20, dando orígen a una inmensa estancia a la que bautizó con el nombre de El Carmen en honor a su esposa, convirtiéndose además en el mayor propietario individual de campos de la Provincia de Buenos Aires.
Cuando muere en 1856 sus hijos, Carmen, Manuela y Eustoquio hicieron efectiva la propiedad del latifundio quedándose el varón con la estancia. Al morir éste en 1910 dejó El Carmen en manos de sus dos hijos varones, Carlos y Eugenio, arquitecto de profesión. Será Eugenio quién levante sobre la porción de tierra heredada, el casco de la Estancia San Francisco muy cerca del pueblo de Egaña por donde pasaba el ramal Las Flores Tandil del FCS.

“Nada se ha mirado con más horror desde los primeros momentos de la instalación del actual gobierno como el estado miserable y abatido de la desgraciada raza de indios. (…) No sólo han estado sepultados por esclavitud ignominiosa, sino que desde ella misma debían saciar con su sudor la codicia y el lujo de los opresores. Penetrados de esos principios los individuos todos del gobierno y deseosos de adoptar todas las medidas capaces de reintegrarlos en sus primitivos derechos, les declararon desde luego la igualdad que les correspondía con las demás clases del Estado" Decreto de la Junta Grande, 1811 


Eugenio Díaz Vélez proyectó el castillo con elementos muy eclécticos, gestos normandos, afrancesados e italinazantes conviven con toda la modernidad que en materia de instalaciones y materialidades podían ser traídas de la Europa mirada y soñada. La obra se prolongó desde 1918 hasta 1930 y en su espíritu se encarna el obsceno deseo de mostrar un consumo ostentoso que envolvía a la alta burguesía patricia de principios de siglo.


Mientras el Ministro de Gobierno de Martín Rodríguez, Rivadavia, inauguraba la tradición de entregar la Patria, éste estaba enfrascado en una lucha a muerte con el originario habitante de las tierras que había que liberar para poder darle cabida a quienes iban a ser parte fundamental de la futura división del trabajo que imponía el mundo desarrollado, nuestro rol era el de ser un simple productor de materias primas y un ávido comprador de manufacturas elaboradas por los países centrales en base a nuestros productos primarios. Para el estanciero gobernador Rodríguez la guerra se presentaba como el único camino posible bajo la idea de rechazar cualquier tipo de urbanidad, considerando al indio hostil como un enemigo al que era necesario destruir y exterminar.


El castillo San Francisco contaba con 77 habitaciones, 14 baños y 2 cocinas, la parte inferior estaba destinada a los salones  en donde se desarrollaría la ajetreada vida social, el primer piso contenía el grueso de las habitaciones aptas para el descanso y en los pisos superiores viviría la servidumbre en una ecuación inversamente proporcional a la de los grandes transatlánticos tan de moda para la época en la que San Francisco tomaba su forma definitiva.


Para 1930 el castillo estaba concluido y no quedaba otra cosa que hacer más que inaugurarlo en medio de una fiesta fabulosa que contaría a lo más granado de la burguesía bonaerense. Para el día elegido todo estaba perfectamente organizado como en el viaje inaugural de un gran transatlántico, los invitados ya en sus mesas aguardaban la llegada de Don Eugenio que venía en viaje desde Buenos Aires, tras dejar su otro palacete en la Avenida Montes de Oca. El tiempo corría y los comensales comenzaban a inquietarse por el retraso del dueño de casa, su hija María Eugenia los calmaba diciéndoles que su padre estaba en camino desde Buenos Aires y que llegaría de un momento a otro, pero eso nunca ocurrió... Eugenio se había matado en un accidente automovilístico, sumando a la hambrienta y desorientada concurrencia en el más absoluto desconsuelo. La fiesta se suspendió, mutó a velorio, los invitados se marcharon y María Eugenia cerró el castillo sin haberlo disfrutado más que unas pocas horas.
A partir de ese día de 1930 sus puertas se cerraron por las tres décadas siguientes, sufriendo el saqueo y deterioro.


"Los Indios se pasean como dueños por nuestros campos considerandose amos de todo quanto hay en ella, de tal modo que el otro dia llego un casique ala estancia de Diaz Velez y habiendose resistido el capataz a darle caballos a 60 y tantos indios que lo acompañaban, aquel recojio las manadas de su autoridad, los hizo mudar a todos y se marcho, sin que auxilio alguno protejiese la propiedad atacada. (...) Estos malditos indios como encuentren a qualesquiera solo en el campo, lo desnudan y roban. Quando llegan a las Estancias por necesidad y sino por fuerza tienen que dar las Potrancas y lleguas para que se mantengan y para que lleben a sus toldos, bajo la pena que de no hacerlo asi se ven amenazados por ellos los propietarios y odiados y expuestos a que les arreen las manadas del campo. En una palabra somos feudatarios de ellos, sea por temor o por que no hay quien apolle la fuerza que se les podria oponer. Ellos nos repiten que estan autorizados para hacer todo esto por el mismo gobernador (sabemos que esto es falso)".
Eustoquio Díaz Vélez

Como es de imaginarse tras un sitio como éste circulan innumerables historias de apariciones, fantasmas y espectros, en un principio la que cuenta con mayor cantidad de menciones y adeptos es la que vincula tales apariciones a la trágica muerte de Don Eugenio Díaz Vélez, pero desgraciadamente hay un pequeño inconveniente, toda la historia es mentira.


Don Eugenio murió sí en 1930, pero en Buenos Aires en su palacete de Barracas. Nunca hubo viaje, ni choque, ni invitados, ni fiesta abortada, pero igual las leyendas sobre la maldición que esconde el maltrecho edificio se multiplican en Internet, fuente inagotable de mitos, leyendas, supersticiones y zonceras varias.
Los responsables de las misteriosas apariciones no serían otros que los espíritus errantes de los Pampas masacrados durante el proceso de limpieza territorial llevado a cabo por los gobiernos en connivencia con los estancieros y las potencias coloniales. La gran venganza es figura repetida en la literatura y el ideario americano, pero si bien no es una mentira lo sucedido con ellos no hay ninguna prueba válida sobre que algo así ocurriese en San Francisco.


Cuando muere Eugenio el 20 de mayo de 1930 el castillo fue heredado por su hija María Eugenia quién arrienda las tierras a Casa Bullrich y Cía.
En 1958, bajo la gobernación de Oscar Alende (UCRI), se materializa el proyecto de reforma agraria iniciado durante el gobierno del General Perón en 1949. La intención era implementar planes de colonización para que pequeños propietarios pudieran acceder a la tierra rural y gozar de sus beneficios, para ello se expropia la inmensa propiedad, de ese modo antiguos arrendatarios se convierten en propietarios apoyados por una línea de créditos del Banco de la Provincia de Buenos Aires.
El Ministerio de Asuntos Agrarios creó en 1960 la Colonia Langueyú dentro de la cual quedó gran parte de San Francisco y su fastuoso casco. Muchos de sus enseres salieron a subasta, mientras que otros habían sucumbido al saqueo nuestro de cada día.
En 1965 el Gobernador Marini transfiere el edificio al Consejo General de la Minoridad con el objeto de convertirlo en un hogar granja, que por esos avatares del destino terminó convertido en un reformatorio, alojando a jóvenes con problemas de conducta y que hacia mediados de los 70 se vió involucrado en un misterioso asesinato del que fuera parte un directivo del internado a manos de un paciente. Ahí se produce un nuevo abandono del edificio ya que los menores fueron trasladados a otro lugar y la soledad volvió a apoderarse de San Francisco.






Abandonado desde 1974, en 2010 vecinos de Egaña y Rauch conformaron un grupo de ayuda que se encarga del elemental mantenimiento del castillo y el predio circundante. La Secretaria de Cultura de Rauch organiza visitas guiadas durante los fines de semana con el objeto de recaudar fondos mínimos para solventar la limpieza y posibles arreglos destinados por ejemplo a cuidar que las palomas no se hagan amas y señoras del maltrecho edificio. Otro proyecto en mente tiene que ver con rehabilitar la escalera que conduce a los pisos superiores previo arreglo de los pisos de vidrio que han desapaecido por completo. Hoy resulta imposible el acceso a las plantas altas por un elemental motivo de seguridad.






No hace falta que aclare que recorrer en solitario, a primera hora de la mañana tal emblemática estructura, con toda la carga simbólica que se ha elaborado durante tantos años de soledad me provocó un estado de excitación, euforia y ansiedad del ir por más, que tan solo aparece cuando estás en lugares similares.
Realmente no quería salir de allí, quería internarme en el bosque en la búsqueda del mito, quería subir, volvía una y otra vez sobre los mismos espacios, salía, entraba y volvía a salir, recorría y miraba al edificio por sus cuatro lados forzando que algo sucediera, miraba esos vanos convertidos en cientos de ojos que también me miraban y pensaba que verían. Los guías hablan de un lugar con una alta carga energética, repiten las historias fantásticas con sus toques personales para que el relato resulte acorde con tan tremenda construcción abandonada y perdida cuán Titanic de las pampas.











Final para otra aventura pampeana, todavía quedaría una parada más para recorrer nuevamente la obra más espectacular de Salamone, pero ese material se sumará al obtenido en un próximo viaje que intentará completar el circuito de sus grandes obras.