La ancha calle me depositó en la playa de Carhué a orillas de la descontrolada Laguna de Epecuén, una larga hilera de árboles dibujados con trazo grueso, desnudos, desprovistos, secos por la sal, se tornan presagiantes de lo que va a venir, mientras tanto al final de éste corredor se ubica un Cristo réplica de una obra de Salamone, segundo de contemplación y a buscar el camino que resurgió de las entrañas de la laguna y que comunica Carhué con el matadero y la villa de Epecuén.
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