Recorrer la plaza con el fondo de la catedral es una tarea apasionante, sobre todo si uno intenta vincular a los habitantes que la pueblan, Mariano Moreno, siempre apurado, las cuatro estaciones, inocentes y bellas y el arquero, en su eterno apuntar contra las torres ahora presentes. Las estatuas hablan y su dinámica parecería aportarles vida propia, vida que quizás se concrete en esas noches de invierno en donde impera la eterna soledad.
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